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Home Educación Reflexiones El mejor método para deformar

El mejor método para deformar

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Hay que vencer o morir

Maestro: ¿Sabes lo que significa desprecio?
Es pensar que los otros son más bajos que tú y que no merecen estar a tu lado.
Niño: No siento eso.
Maestro: Entonces empieza a sentirlo, porque es así como se gana. Tienes que despreciar a tus rivales. Odiarlos.
Niño: No los odio.
Maestro: Ellos te odian.
Niño: Pero yo no los odio.

Del film ¨Jugada inocente¨.

En esos momentos, en muchos clubes, gimnasios y colegios alrededor del mundo, la escena se estará repitiendo con el mismo objetivo: ganar a cualquier precio.

Esto nos plantea ciertos interrogantes: ¿ un niño debe ganar siempre? ¿Se divierte solamente si gana? ¿Debe ganar para ser feliz o para hacer felices a quienes lo rodean? ¿Quién no triunfa no sirve? ¿Deben estar programados para vencer? ¿Los que ganan son siempre los mejores? ¿No se mejora si no se gana?

Partamos de algo muy simple: en la infancia, todo deporte es un juego y todo juego debe divertir.

El primer gesto que hace un recién nacido es la sonrisa y, ante reiterados estímulos, ese gesto se repetirá en proporción a su frecuencia. El bebé de seis meses refleja la expresión del adulto estimulador: si éste habla con cariño, sonríe, pero si lo hace con gestos amenazantes, llora. Más adelante, entre los ocho y doce meses, supera la influencia sensorial directa y comienza a reír y a emitir sonidos de placer.

Llegará más tarde el intento de imitar todo acto que le interese. La imitación de los gestos básicos en cada deporte por parte de los niños es esencial en el aprendizaje. Así, los niños imitarán a su profesor y luego a quienes más se destaquen. El éxito de esta enseñanza radica en los tipos de estímulos aplicados. Si éstos son incorrectos o desproporcionados, quienes sufrirán las consecuencias serán los niños.

¨AURI SACRA FAMES¨

(Virgilio, Eneida 3:57)

Es muy común ver por los clubes a entrenadores que exigen a chicos de ocho años que jueguen como adultos.
Se confunde el método con el rigor y la disciplina con la crueldad. Se les exige que deben ¨llegar a ser ¨ .
Pero, ¿quién llega, si llega? ¿No son los mismos profesores o quizás sus progenitores quienes desean ser lo que no fueron? Los suculentos y tentadores premios ofrecidos en la adolescencia, los sponsors y los contratos son los nuevos padres.
Muchos chicos, de esta forma, son quienes quedan en el camino, reducidos a un número de un frondoso ranking o de una tabla de posiciones. Son una ficha más que quedará en el archivo del olvido, han sido parte de un engranaje de sudor, comercio y dinero.
¿Y el niño? Ahí yace, junto a sus sentimientos, a sus ganas reprimidas, humillado por sus propios congéneres, esperando...

¨AUT VINCERE AUT MORI ¨

Ganar o morir, esa es la cuestión, pero ¿formar?

Hay quienes creen que enseñar para ganar es ser, pero cuanto más importante es formar para transcender. Si un docente no forma, deforma.
Los chicos de hoy que se inician en fútbol, básquet, tenis o atletismo son sometidos a una batería de frases descalificadoras como forma de presión por parte de técnicos, instructores o padres: sos poco hombre., los hombres no lloran., no perdones., el que te ganó es un muerto., jugás como una nena., hay que ganar a toda costa., pisalo., matalo.,
Así, en esta vorágine del vale todo con tal de llegar, a mucho niños se les impide desarrollar lo más hermoso de la infancia: la imaginación. La creación, el humor, la espontaneidad, la ternura, el amor.
Técnicos que quitan del equipo a los habilidoso por hacer una gambeta, un lujo de más, que condenan a perseguir y a destruir a los talentosos. Profesores que retiran de sus equipos a sus atletas por haber dado un toque personal a su rutina gimnástica. instructores que piden más perfección y menos vuelo.
Olvidan que detrás de ese pequeño que corre tras una pelota hay un ser único e irrepetible, que recién da sus primeros pasos en lo más difícil de recorres: la vida misma.
Un ser que viene a forjar su alma deportiva y la debe templar con aquello que quieren quitarle: la imaginación, la improvisación, el ilogismo, la alegría.
Es necesario que los niños puedan aprender a pensar, y puedan pensar también con el corazón y con el alma.
Que nadie permita que sus hijos se rompan el alma por ganar; por el contrario, que la construyan. Que construyan su afinidad con el deporte, su pensamiento sano, su respeto por los demás y recuerden lo que decía Theognis en sus versos: Siempre de los buenos se saca el bien.
Es curioso ver como, en los últimos años, ha surgido un fenómeno: la masificación infantil.
Se los masifica desde la t.v., el videojuego, las revistas, el deporte, la escuela, etc. Para que se ajusten a lo preestablecido, con la consiguiente pérdida de la libertad para pensar.
De este modo, todos son iguales, todos son sancionados por uno, todos hacen flexiones; es más fácil y no hay problemas.
Ninguno puede salirse del esquema, de la fila, no se puede quebrar la estructura. ¡Por favor, dejen que los chico jueguen!
Cuando un niño está en un grupo aprendiendo un juego, no deja de ser un niño por ser parte de un grupo.
¿Cómo se hace para comprender las necesidades de ese grupo, si no se conoce a cada uno de ellos con sus expectativas, sus deseos, sus miedos, su entorno familiar y social?
A los chicos hay que conocerlos, sentirlos, percibirlos y que nos conozcan, sientan y perciban cerca.
En la enseñanza del deporte no debe haber distancia ni ausencia. No hay que soportarlos, sino querelos, y, si no se los conoce, no se los puede querer. No se educa sino desde el amor.
Los más pequeños, cuando toman su clase de tenis, no sólo buscan ser Sampras o Agassi, también buscan ser papá, mamá o el abuelo, el profe., su hermano mayor, ellos mismos o todos juntos. Buscan afecto si no lo tienes, buscan ser queridos por su empeño cristalino, buscan ser abrazados por sus propias risas.
Ganar o perder no los hace más o mejores hombres o mujeres, ganar o perder en la infancia debe ser sólo un juego y no una presión sumada a las otras que ya tienen.
Este es el tiempo de gritar y festejar un gol o una volea, de reírse, de caerse sentado y de ver que el cielo se puede tocar con las manos.

Prof. Eduardo A. Poza
Profesor de Tenis

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